Laos, un apacible mundo rural
Entrar a Laos fue un enorme contraste con nuestro pasaje por Vietnam. De un país dinámico, casi frenético, pasamos a otro apacible, rural, con ciudades casi aldeas, poco tráfico y mucha vegetación. Ya la frontera anticipaba la diferencia que encontramos entre los dos países: en el lado vietnamita, un enorme arco señalaba la salida de la República Socialista de Vietnam, con un gran complejo de oficinas migratorias. Del lado laosiano, un arco de dimensiones similares parecía competir con el del vecino, pero aun en construcción, rodeado de andamios. A su lado, un desvío de tierra llevaba a una humilde casita de tres habitaciones que debimos visitar para que nos dieran el visado y nos sellaran la entrada. La última pieza, la de la aduana, pudimos pasarla de largo. Una bandera de la República Democrática Popular de Laos, andrajosa, acompañada por la roja con la hoz y el martillo, coronaba el conjunto.
Sin embargo, estas características de pobreza y esperanza en el futuro que parecían presagiar el puesto fronterizo no fueron lo único que encontramos en Laos. A poco de empezar a andar, nos sorprendió el buen estado de la carretera, asfaltada y nueva, y lo que parecía frialdad de la poca gente que encontramos en estos primeros kilómetros se convirtió prontamente en simpatía. Las casas de los campesinos laosianos se encuentran mucho más distanciadas entre sí que los de sus equivalentes vietnamitas, y nos hallamos pedaleando por una ruta solitaria, como hacía bastante tiempo que no frecuentábamos. Pero de cada una de las humildes casas que pasábamos a los costados de la ruta, empezaron a salir niños, casi de a racimos, gritando con todas sus ganas el saludo laosiano: "sabaidí!" Chicos que apenas podían caminar y otros más grandes, saltando, agitando sus manos al unísono desde las ventanas y balcones de sus casas de madera sobre pilotes, desde atrás de los matorrales, desde los arrozales, a veces desde lugares que no podíamos encontrar con la vista. Una escena que se repitió permanentemente durante el trayecto por Laos, alegrándonos el camino a veces duro.
Laos es un país eminentemente rural, con poca población urbana y escasos 6 millones de habitantes, lo que lo convierte en el menos poblado del sudeste asiático. Y de esta población, un enorme porcentaje, mayor al 50 %, son menores de 15 años, como pudimos comprobar. Como toda la región, su historia reciente es tortuosa: a la retirada de los colonizadores franceses luego de su derrota por los vietnamitas en Dien Bien Phu y los acuerdos de Ginebra, una guerra civil entre los guerrilleros comunistas del Pathet Lao, liderados por Kaysone Phomvahan (formado en el Vietminh de Ho Chi Minh) y los partidarios de un régimen monárquico pro- occidental estalló y se mantuvo hasta el triunfo del Pathet Lao en 1975, simultáneo con la toma de Saigón. A fines de los 60, entretanto, los norteamericanos comenzaron sus esfuerzos por cortar la ruta Ho Chi Minh que llevaba suministros y refuerzos a los rebeldes del Viet Cong de Vietnam del Sur. Fue la llamada "guerra secreta", que consistió en masivos bombardeos "de alfombra" sobre todo el territorio oriental y sur de Laos y casi toda Camboya. Actualmente, uno de los principales obstáculos para el desarrollo de la economía laosiana sigue siendo la enorme cantidad de bombas, minas terrestres y artefactos explosivos sin detonar que se encuentran diseminados en el campo y las selvas del país. Se calcula que hay un explosivo latente por cada habitante, una cifra terrorífica. Y, para nosotros, una amenaza que nos impedía, por cualquier motivo, alejarnos del trazado asfaltado de la ruta.
Después del triunfo de las fuerzas guerrilleras, Laos entró en una etapa de aislamiento económico de la que comenzó a salir hace relativamente poco. Hoy, al igual que su vecino Vietnam, conserva el régimen político unipartidario, pero su economía está abierta a las inversiones extranjeras.
HACIA EL RIO MEKONG
El Mekong, uno de los ríos más largos y caudalosos del mundo, atraviesa casi todo el sudeste asiático y cruza Laos de punta a punta, formando la mayor parte de su límite con Tailandia, para adentrarse después en Camboya y Vietnam. Entrando desde este último país, nos dirigimos, cruzando el sur de Laos de Este a Oeste, hacia la ciudad de Savannaketh, a orillas del gran río.
Se trata de la tercera ciudad del país, pero su aspecto es de una extremadamente tranquila ciudad provinciana, sin grandes edificios ni aglomeraciones de tráfico. Al contrario, salvo una avenida medianamente transitada por las típicas motitos de esta parte del mundo, la ciudad luce siempre como durmiendo la siesta. El centro de Savannaketh son unas pocas cuadras alrededor de una desvencijada catedral católica y algunos descascarados edificios sobrevivientes del tiempo de los colonizadores franceses. Cerca de ellos, un fantástico y brillante templo budista, repleto de jóvenes monjes y estudiantes religiosos completan el panorama de la ciudad, en la que pasamos un día y medio de descanso.
Antes de llegar a Savannaketh, habíamos pedaleado en tres jornadas desde la frontera vietnamita, primero por un terreno que fue bajando las elevaciones que separan a los dos países y, luego, transitando la llanura que forma el valle del Mekong. Desde allí, sin incidentes dignos de mención, encaramos el camino hacia al sur, para llegar a la frontera con Camboya. No sabíamos a ciencia cierta si íbamos a cruzar a este país o pasar directamente a Tailandia (desde la ciudad de Paksé, 250 km. al sur de Savannaketh), porque teníamos informes de que no se podía entrar a Camboya por esa frontera. Sin embargo, pudimos confirmar que sí era posible, a través de la gente del lugar y de nuestro amigo Gerardo Lerner, que viajó en bicicleta por estos países y, si bien no había hecho esta ruta, nos pasó el contacto de un alemán que la recorrió sin problemas unos meses antes.
Decidido el camino, empezamos un largo recorrido hacia el sur. Las características de la ruta siguieron siendo similares: poca población, escasos centros poblados que a veces nos obligaron a hacer etapas largas y mucho calor. El sol comenzó a ser un problema no despreciable al tener que tomar doxiciclina, una medicación preventiva contra la malaria específica de la región que, entre otras cosas, aumenta enormemente los riesgos de la sobreexposición solar. A raíz de eso, tuvimos que andar todos los días embadurnados con frecuencia con cremas protectoras, primero, de factor 30, y luego, 50. Aun así en ocasiones terminábamos con los brazos ardiendo.
Fuimos cruzando pequeños pueblos laosianos, acompañados de los gritos y saludos de los chicos, las sonrisas de los grandes y las miradas curiosas de los conductores de motocicletas y unos extraños tractorcitos que parecen motores fuera de borda para lanchas, con un carro de dos ruedas detrás unido por un parante de madera. En este recorrido tuvimos que cruzar en ferry el Mekong en dos oportunidades, una para ir a Champasak, el lugar donde se encuentra el antiguo templo del imperio khmer de Wat Phu, hoy listado en el patrimonio mundial de la UNESCO, y para llegara Sin Phan Don, el archipiélago de las 4.000 Islas.
Desde Champasak, después de cruzar en un curioso "ferry" (en realidad una plataforma de madera cuadrada impulsada a motor) fuimos sin carga a Wat Phu. Originariamente construidas sus primeras estructuras en el período pre-Angkor, es decir, antes de la expansión del fabuloso imperio Khmer, que dominó casi toda la región entre los siglos X y XIV, y dedicado al culto hinduista, fue posteriormente y hasta la actualidad transformado al budismo theravada, la variante dominante en Laos. Se trata de una estructura monumental y con relieves de gran calidad, situados contra la base de una montaña que permite dominar el valle del Mekong y sus alrededores. El museo de sitio contiene excelentes explicaciones de la religión hindú tal como se manifestó en la zona durante el período khmer y piezas escultóricas rescatadas del lugar y los alrededores.
De Champasak fuimos a las 4.000 Islas, Sin Phan Don, un archipiélago fluvial casi llegando a la frontera entre Laos y Camboya. Pudimos navegar por el Mekong entre el laberinto de islas, contemplando el reposado modo de vida de los isleños y sus casas de palafitos, recorriendo después una de sus islas, Don Det, donde se encuentran algunos vestigios coloniales franceses y las cascadas que impiden la navegación en este tramo del Mekong.
La tranquilidad se terminó y, en medio de un intenso calor, hicimos los últimos 40 km. por territorio laosiano hasta llegar a la frontera de Camboya. La ruta se hizo más desolada y los pocos autos que nos cruzamos transitaban a velocidades elevadas, tanto que uno de ellos atropelló sin miramientos una cabra que unos pastores no pudieron alejar de la ruta. A las 10.30 de la mañana y a pleno sol llegamos a la frontera. Del lado de Laos, una precaria casilla de madera. Del otro, nada mucho mejor. Con cierta ansiedad por entrar a un país de trágica historia reciente (más aun que los que acabábamos de dejar), abandonamos el tranquilo Laos para probar suerte en la misteriosa Camboya, nuestro país número dieciocho.
Ver las fotos del recorrido entre Lao Bao, en la frontera con Vietnam y la ciudad de Savannaketh.
Ver las fotos del recorrido hacia el Sur y la visita a Champasak y 4.000 Islas.
Sin embargo, estas características de pobreza y esperanza en el futuro que parecían presagiar el puesto fronterizo no fueron lo único que encontramos en Laos. A poco de empezar a andar, nos sorprendió el buen estado de la carretera, asfaltada y nueva, y lo que parecía frialdad de la poca gente que encontramos en estos primeros kilómetros se convirtió prontamente en simpatía. Las casas de los campesinos laosianos se encuentran mucho más distanciadas entre sí que los de sus equivalentes vietnamitas, y nos hallamos pedaleando por una ruta solitaria, como hacía bastante tiempo que no frecuentábamos. Pero de cada una de las humildes casas que pasábamos a los costados de la ruta, empezaron a salir niños, casi de a racimos, gritando con todas sus ganas el saludo laosiano: "sabaidí!" Chicos que apenas podían caminar y otros más grandes, saltando, agitando sus manos al unísono desde las ventanas y balcones de sus casas de madera sobre pilotes, desde atrás de los matorrales, desde los arrozales, a veces desde lugares que no podíamos encontrar con la vista. Una escena que se repitió permanentemente durante el trayecto por Laos, alegrándonos el camino a veces duro.
Laos es un país eminentemente rural, con poca población urbana y escasos 6 millones de habitantes, lo que lo convierte en el menos poblado del sudeste asiático. Y de esta población, un enorme porcentaje, mayor al 50 %, son menores de 15 años, como pudimos comprobar. Como toda la región, su historia reciente es tortuosa: a la retirada de los colonizadores franceses luego de su derrota por los vietnamitas en Dien Bien Phu y los acuerdos de Ginebra, una guerra civil entre los guerrilleros comunistas del Pathet Lao, liderados por Kaysone Phomvahan (formado en el Vietminh de Ho Chi Minh) y los partidarios de un régimen monárquico pro- occidental estalló y se mantuvo hasta el triunfo del Pathet Lao en 1975, simultáneo con la toma de Saigón. A fines de los 60, entretanto, los norteamericanos comenzaron sus esfuerzos por cortar la ruta Ho Chi Minh que llevaba suministros y refuerzos a los rebeldes del Viet Cong de Vietnam del Sur. Fue la llamada "guerra secreta", que consistió en masivos bombardeos "de alfombra" sobre todo el territorio oriental y sur de Laos y casi toda Camboya. Actualmente, uno de los principales obstáculos para el desarrollo de la economía laosiana sigue siendo la enorme cantidad de bombas, minas terrestres y artefactos explosivos sin detonar que se encuentran diseminados en el campo y las selvas del país. Se calcula que hay un explosivo latente por cada habitante, una cifra terrorífica. Y, para nosotros, una amenaza que nos impedía, por cualquier motivo, alejarnos del trazado asfaltado de la ruta.
Después del triunfo de las fuerzas guerrilleras, Laos entró en una etapa de aislamiento económico de la que comenzó a salir hace relativamente poco. Hoy, al igual que su vecino Vietnam, conserva el régimen político unipartidario, pero su economía está abierta a las inversiones extranjeras.
HACIA EL RIO MEKONG
El Mekong, uno de los ríos más largos y caudalosos del mundo, atraviesa casi todo el sudeste asiático y cruza Laos de punta a punta, formando la mayor parte de su límite con Tailandia, para adentrarse después en Camboya y Vietnam. Entrando desde este último país, nos dirigimos, cruzando el sur de Laos de Este a Oeste, hacia la ciudad de Savannaketh, a orillas del gran río.
Se trata de la tercera ciudad del país, pero su aspecto es de una extremadamente tranquila ciudad provinciana, sin grandes edificios ni aglomeraciones de tráfico. Al contrario, salvo una avenida medianamente transitada por las típicas motitos de esta parte del mundo, la ciudad luce siempre como durmiendo la siesta. El centro de Savannaketh son unas pocas cuadras alrededor de una desvencijada catedral católica y algunos descascarados edificios sobrevivientes del tiempo de los colonizadores franceses. Cerca de ellos, un fantástico y brillante templo budista, repleto de jóvenes monjes y estudiantes religiosos completan el panorama de la ciudad, en la que pasamos un día y medio de descanso.
Antes de llegar a Savannaketh, habíamos pedaleado en tres jornadas desde la frontera vietnamita, primero por un terreno que fue bajando las elevaciones que separan a los dos países y, luego, transitando la llanura que forma el valle del Mekong. Desde allí, sin incidentes dignos de mención, encaramos el camino hacia al sur, para llegar a la frontera con Camboya. No sabíamos a ciencia cierta si íbamos a cruzar a este país o pasar directamente a Tailandia (desde la ciudad de Paksé, 250 km. al sur de Savannaketh), porque teníamos informes de que no se podía entrar a Camboya por esa frontera. Sin embargo, pudimos confirmar que sí era posible, a través de la gente del lugar y de nuestro amigo Gerardo Lerner, que viajó en bicicleta por estos países y, si bien no había hecho esta ruta, nos pasó el contacto de un alemán que la recorrió sin problemas unos meses antes.
Decidido el camino, empezamos un largo recorrido hacia el sur. Las características de la ruta siguieron siendo similares: poca población, escasos centros poblados que a veces nos obligaron a hacer etapas largas y mucho calor. El sol comenzó a ser un problema no despreciable al tener que tomar doxiciclina, una medicación preventiva contra la malaria específica de la región que, entre otras cosas, aumenta enormemente los riesgos de la sobreexposición solar. A raíz de eso, tuvimos que andar todos los días embadurnados con frecuencia con cremas protectoras, primero, de factor 30, y luego, 50. Aun así en ocasiones terminábamos con los brazos ardiendo.
Fuimos cruzando pequeños pueblos laosianos, acompañados de los gritos y saludos de los chicos, las sonrisas de los grandes y las miradas curiosas de los conductores de motocicletas y unos extraños tractorcitos que parecen motores fuera de borda para lanchas, con un carro de dos ruedas detrás unido por un parante de madera. En este recorrido tuvimos que cruzar en ferry el Mekong en dos oportunidades, una para ir a Champasak, el lugar donde se encuentra el antiguo templo del imperio khmer de Wat Phu, hoy listado en el patrimonio mundial de la UNESCO, y para llegara Sin Phan Don, el archipiélago de las 4.000 Islas.
Desde Champasak, después de cruzar en un curioso "ferry" (en realidad una plataforma de madera cuadrada impulsada a motor) fuimos sin carga a Wat Phu. Originariamente construidas sus primeras estructuras en el período pre-Angkor, es decir, antes de la expansión del fabuloso imperio Khmer, que dominó casi toda la región entre los siglos X y XIV, y dedicado al culto hinduista, fue posteriormente y hasta la actualidad transformado al budismo theravada, la variante dominante en Laos. Se trata de una estructura monumental y con relieves de gran calidad, situados contra la base de una montaña que permite dominar el valle del Mekong y sus alrededores. El museo de sitio contiene excelentes explicaciones de la religión hindú tal como se manifestó en la zona durante el período khmer y piezas escultóricas rescatadas del lugar y los alrededores.
De Champasak fuimos a las 4.000 Islas, Sin Phan Don, un archipiélago fluvial casi llegando a la frontera entre Laos y Camboya. Pudimos navegar por el Mekong entre el laberinto de islas, contemplando el reposado modo de vida de los isleños y sus casas de palafitos, recorriendo después una de sus islas, Don Det, donde se encuentran algunos vestigios coloniales franceses y las cascadas que impiden la navegación en este tramo del Mekong.
La tranquilidad se terminó y, en medio de un intenso calor, hicimos los últimos 40 km. por territorio laosiano hasta llegar a la frontera de Camboya. La ruta se hizo más desolada y los pocos autos que nos cruzamos transitaban a velocidades elevadas, tanto que uno de ellos atropelló sin miramientos una cabra que unos pastores no pudieron alejar de la ruta. A las 10.30 de la mañana y a pleno sol llegamos a la frontera. Del lado de Laos, una precaria casilla de madera. Del otro, nada mucho mejor. Con cierta ansiedad por entrar a un país de trágica historia reciente (más aun que los que acabábamos de dejar), abandonamos el tranquilo Laos para probar suerte en la misteriosa Camboya, nuestro país número dieciocho.
Ver las fotos del recorrido entre Lao Bao, en la frontera con Vietnam y la ciudad de Savannaketh.
Ver las fotos del recorrido hacia el Sur y la visita a Champasak y 4.000 Islas.